Bien está la celebración en este día de la puesta en vigor, hace ya 44 años, de la última Constitución que, hasta hoy, podemos disfrutar los ciudadanos de este país.
Pero ello, no
debería impedir rememorar las cortapisas que influyeron en su nacimiento y al
mismo tiempo recordar algunos retos que tenemos por delante.
Tras 5 años convulsos de República, 3 de guerra “incivil” y 40 de Régimen
dictatorial, los ciudadanos españoles tuvimos que asumir que la
Constitución que nacía el 6 de Diciembre de 1978, era lo máximo a que, de
momento, se podía aspirar si queríamos mantener el clima de paz y tranquilidad
que en aquel momento había en nuestros pueblos y calles, pese al rencor
acumulado de muchos por las barbaries e injusticias de todo tipo sufridas “después
de acabar el incivil enfrentamiento”, es decir durante la Dictadura
franquista.
Pero ahora,
44 años después, y cuando, en tal día como hoy, nos dedicamos a leer públicamente
artículos de la Constitución, que entendemos positivos, no estaría de más que
al mismo tiempo pudiéramos leer, sin que ello suponga ningún desdoro ni
ataque a la misma, aquellos otros artículos con los que no se está de
acuerdo, para que nuestros legisladores tomarán nota y de una vez por todas pensaran
en su reforma, mediante los oportunos referéndums llegado el caso.
La TORTUGUITA,
desde hace años ya, y acogiéndose a lo previsto en el apartado a), del punto
número 1, del artículo 20, aboga reiteradamente por ver modificado el punto
3 del artículo 1, así como desaparecidos todos los artículos (56 a 65)
comprendidos en el TITULO II.
¿Por qué?
Pues muy
sencillo, porque el contenido de todos estos artículos, nos traslada a una rancia
época de varios siglos atrás en los que las prebendas, canonjías, sinecuras
y beneficios personales, crematísticos y de poder que acumulaba en dicho
momento ese “status real” era traspasado “per se” a los herederos familiares,
por los siglos de los siglos.
Y ese
proceder, que sigue amparado por nuestra Constitución, no se acompaña para nada
con la forma actual de pensar de los ciudadanos de este siglo XXI gobernados
bajo esa fórmula, máxime cuando se ven las miserias acaecidas en el reinado del
emérito, “su inviolabilidad” para temas que no son de la Jefatura de Estado, y
las secuelas judiciales que aún arrastra su peculiar etapa.
Con una reforma adecuada de nuestra Constitución se podría solucionar este vidrioso tema y bastantes otros más que pueden estar en las mentes de muchos ciudadanos y políticos que los representan. Pero hay que tener valor para afrontarlo.
Por cierto, ser
republicano no significa ser de izquierdas ni de derechas, es simplemente otra concepción de Estado.
Los “sectarios”, con toda seguridad continuarían en sus puestos.
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